¿Qué se critica desde el feminismo a los medios de comunicación?

Un artículo publicado en septiembre del pasado año en la revista Nueva Sociedad criticaba las posiciones feministas que analizan los contenidos sexistas de los medios, particularmente en el contexto de la aprobación en Argentina de la Ley 26485 de Protección Integral de la Violencia que incluye las figuras jurídicas de violencia simbólica y mediática. En el siguiente texto, Sandra Chaher -presidenta de Comunicación para la Igualdad y directora del Diploma de Comunicación, Género y Derechos Humanos que dicta esta organización- reflexiona sobre esas críticas y sobre las posiciones que han adoptado muchos sectores feministas desde la Plataforma de Beijing hasta acá en relación al sexismo de los medios. 

Por Sandra Chaher

COMUNICACIÓN PARA LA IGUALDAD- Frente a un análisis crítico desde un punto de vista de género de programas de entretenimiento -sobre todo de los que incluyen chicas con poca ropa como si fueran parte del decorado-, una réplica habitual de los auditorios es “ellas eligen estar ahí”, “es su decisión”. Con esta afirmación se pretende clausurar la discusión sobre la representación que hacen los medios de los estereotipos de género ya que “las representadas” acordarían con el rol que están ocupando.

Por un lado, debe decirse que cada vez menos en Argentina escuchamos estos argumentos. Al menos hasta ahora. Cinco años de despliegue por parte del Estado de políticas públicas de comunicación y género -fundadas sobre todo en estrategias “blandas”1 de capacitación, debate y sensibilización, aunque no solamente- generaron un ascenso del piso de lo que podemos exigir a los medios acorde a un paradigma de derechos humanos, y la ausencia de estigmatización y discriminación es parte de lo que la ciudadanía argentina considera que los medios le deben proveer.

El segundo aspecto a plantearse en relación a estas réplicas “de sentido común” tan habituales en una ciudadanía con menos conocimiento del derecho a la comunicación y lo que el mismo entraña en términos de género sería: ¿Hacia dónde dirigimos las críticas de contenidos con perspectiva de género: hacia las mujeres y varones que participan de estos espacios en calidad de actrices, actores, vedettes, bailarinas/es, etc; hacia las audiencias que sostienen el rating; o hacia los medios que emiten esta programación? La mayoría de los cuestionamiento se dirigen hacia estos últimos, y hacia los Estados cuyas ausentes políticas regulatorias sobre medios de comunicación no generan ningún tipo de debate-sensibilización-capacitación en torno a estos temas ni sobre la protección de los derechos humanos vinculados a la comunicación, es decir no colaboran en la construcción de ciudadanía comunicacional.

Un artículo publicado en 2016 en la versión impresa de Nueva Sociedad cuestiona las críticas que desde el feminismo se han hecho a los contenidos de los medios -particularmente en Argentina y especialmente a partir de la vigencia de un nuevo marco normativo en comunicación y género desde el año 2009, fundamentalmente por la existencia de la figura jurídica de “violencia mediática” en la Ley 26485 de Protección Integral de la Violencia- por considerar que, por un lado, no contemplan los recorridos subjetivos de quienes participan de estas programaciones como protagonistas, pero tampoco de quienes son parte de sus audiencias -sobre todo mujeres-.

Es cierto que hay muy pocas investigaciones sobre audiencias, tanto en Argentina como en otros países -y mucho menos sobre audiencias femeninas-, pero esa ausencia no necesariamente volcó las reflexiones hacia una crítica de las mismas, y tampoco de las personas que aspiran, o son parte, de productos culturales que reproducen representaciones estereotipadas y sexistas.

Si hay algo que sí hemos criticado -sobre todo en los últimos años- desde muchos espacios feministas en relación al contenido de los medios es el rol social que les cabe a los mismos acorde a un paradigma de derechos humanos que nuestro país, y la mayoría de las naciones, consensuaron cuando firmaron convenciones internacionales como CEDAW (por sus siglas en inglés) o Belém do Pará, por citar sólo los tratados más conocidos y vinculantes. Es decir, el paradigma regional e internacional de derechos humanos tiene disposiciones referidas a comunicación y género, marca líneas de acción que los estados deberían seguir en torno a las representaciones mediáticas (la Ley 26485 no es más que el correlato nacional de esas disposiciones supranacionales), y a las que las empresas de medios deberían adaptarse más allá de la regulación estatal, sólo por ser parte de sociedades comprometidas con los derechos humanos2.

Las audiencias de los medios de ninguna manera son consideradas por estas investigaciones “tontas culturales” o “víctimas” de las reglas de la industria de masas3; la comprensión es más bien que tanto medios de comunicación como audiencias, Estados y sociedad en general somos parte de culturas patriarcales que han construido prácticas sexistas y discriminatorias durante milenios y cuya toma de conciencia y eventual transformación es indudablemente un proceso complejo, con múltiples aristas. Es decir, se trata de una mirada más holística y compasiva del tema la que tenemos desde el feminismo.

Plantear que las mujeres que forman parte de las audiencias de productos sexistas son “tontas”, o que quienes integran las producciones de los mismos están allí en forma sufriente y sin convicción propia, sería menospreciarlas y restarle autonomía a sus convicciones, algo muy lejano al feminismo. Sin embargo, creer que esa forma de alcanzar espacios de reconocimiento y fama -para las protagonistas- es la más deseable, es ingenuo y deja fuera del análisis las condiciones de producción de la industria del entretenimiento, regida mayormente por pautas sexistas, donde triunfarán con mayor probabilidad quienes se adapten a esas reglas. Ricky, uno de los entrevistados-protagonistas de Videocracy4 lo dice de esta forma: “Si estás en la TV siempre serás recordado. El 80% de las chicas italianas quieren ser velinas (gatitas) y ser famosas”. ¿Significa esto que son tontas? ¿Que el sistema las victimiza? No, quiere decir que buscan dentro de las opciones posibles, la que consideran la mejor para alcanzar lo que desean, que en este caso sería fama y recursos. ¿Son con una actitud de este tipo “cómplices” de productos culturales sexistas? Es probable, pero no es este aspecto el que queremos discutir.

Sí nos interesa, en cambio, mostrar -además de la responsabilidad social de las empresas y de los Estados- que estas elecciones están condicionadas por múltiples aspectos -trayectorias personales, relaciones, formación, entre muchísimos otros- y que uno fundamental entre ellos es la oferta existente. ¿Las mismas personas elegirían igual si la oferta fuera diferente? No lo sabemos, pero sería bastante probable que si se obtuvieran los mismos tipos de beneficios -económicos, de reconocimiento, fama y relaciones- sin exponerse a degradaciones o humillaciones sería ésa la elección. Surge entonces otra pregunta: ¿la exposición del cuerpo es mal trato o humillación? No necesariamente, depende del contexto, del trato específico, etc. Pero es cierto que en muchos programas -las actuales producciones sucesivas de Marcelo Tinelli podrían ser uno pero hay muchas más, contemporáneas y más antiguas- en donde una condición de participación es la poca ropa, esto va acompañado de desvalorizaciones de otros aspectos de las mujeres, reduciéndolas sustancialmente a la exposición corporal.

Por último, ¿cómo debería intervenir el Estado en estos temas -lo cual sería parte de una política más amplia de comunicación y género- : sancionando, educando, generando debate? Sarikakis diferencia entre políticas duras y blandas de comunicación: dentro de las primeras estaría toda la gama de sanciones, casi exclusivamente de tipo civil, nunca penal, acorde a la posición de los organismos de derechos humanos; y dentro de las segundas hay un amplio repertorio de acciones que van desde los debates, las sensibilizaciones, a la redacción de códigos de ética, manuales, diálogos, etc. Indudablemente, el mejor camino son las políticas blandas, no sólo porque generan menor confrontación con las empresas de medios sino porque son las que tendrán mayor éxito a largo plazo ya que apuntan a transformaciones culturales: educar críticamente a las poblaciones, construir ciudadanía comunicacional, difundir y enseñar derechos, de tal forma que la población se los apropie y los reclame.

La ampliación de la mirada crítica y de la reflexión mediática con perspectiva de género colaboraría sin duda en una construcción más amplia y diversa de los estereotipos de género. La discusión no es nunca la anulación de determinado tipo de estereotipos sino la diversificación de los mismos. Sin duda hay mujeres que desearán trascender mediante la explotación de sus cualidades corporales, pero ése no debería ser el estereotipo predominante en las piezas comunicacionales ya que no da cuenta de la enorme diversidad de elecciones profesionales que venimos haciendo las mujeres en las últimas décadas y de la inserción que hemos logrado en el ámbito público. Así como tampoco es predominante la existencia -ya muy antigua- de una mujer abocada a las necesidades reproductivas de las sociedades. Entendemos que la reflexión crítica sobre los contenidos mediáticos sin duda colaborará en una ampliación, diversificación y construcción de estereotipos integrales y no fragmentados y sesgados.

En síntesis, entendemos que la pregunta sobre las audiencias y sobre las elecciones de quienes integran los staffs de los medios -que deben ser respondidas con mayor cantidad de investigaciones-, es decir por qué alguien ve lo que ve, si eso le provoca placer o qué beneficios obtiene de estas intervenciones, de ninguna manera anula la responsabilidad de las empresas de medios en su compromiso con los derechos humanos ni la necesaria incidencia de sociedad civil y los estados para que se efectivicen estos compromisos, asi como las reflexiones sobre el tipo de representación que hoy proponen mayoritariamente los productos culturales desde un punto de vista de género. Haciendo la salvedad, además, de que tampoco los medios masivos actuales reducen sus representaciones a los estereotipos clásicos de mujeres subsumidas por las lógicas de cuidado o de objetos sexuales; de varones comprometidos solamente con acciones en el ámbito público; de personas trans que ejercen la prostitución, de gays afeminados o de lesbianas masculinizadas, por mencionar algunas de las construcciones clásicas de género de la sociedad y de los medios como parte de éstas.

Las construcciones mediáticas son, por suerte, bastante más complejas y ya han ido avanzando en una diversidad que da mayor cuenta de las realidades cotidianas. Sin embargo, sigue habiendo un sustrato de reproducción de las desigualdades de género que merece seguir siendo denunciado y cuya transformación debe reclamarse a los medios como parte de sociedades comprometidas con los derechos humanos y a los Estados como signatarios de tratados que protegen el derecho a la no discriminación y a la igualdad.

1Vega Montiel, A. 2014 “El caso mexicano y la propuesta para transversalizar la Ley de Telecomunicaciones y Radiodifusión con perspectiva de género” en Chaher, S. (comp) Políticas públicas de comunicación y género: un camino por recorrer. Asociación Civil Comunicación para la Igualdad, Fundación Friedrich Ebert y Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual, Buenos Aires, 2014.

2Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas 2011 Informe del Representante Especial del Secretario General para la cuestión de los derechos humanos y las empresas transnacionales y otras empresas, John Ruggie- Principios Rectores sobre las empresas y los derechos humanos: puesta en práctica del marco de las Naciones Unidas para “proteger, respetar y remediar”.

3Justo Von Luzer, C. y Spataro, C. 2016 “Cincuenta sombras de la cultura masiva- Desafíos para la crítica cultural feminista” en Nueva Sociedad 265 Geografías feministas, septiembre-octubre 2016.

4“Videocracy” es un documental sobre la televisión italiana -fundamentalmente la producida por las empresas de Silvio Berlusconi- realizado en el año 2009.

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