Hay algo en insultar a otro que resulta catártico, y hasta un punto, los argentinos se han vuelto tan buenos puteando que se terminaron desensibilizando ante ciertas puteadas. Entre pares nos llamamos boludo, boluda, y nadie se ofende.
Las plataformas de redes sociales, y en particular Twitter, son una especie de amplificadoras de este efecto. Se puede hacer una analogía con el concepto filosófico del pharmakon de la antigua Grecia. En el “Fedro”, Platón describe al pharmakon como una droga que contiene tanto el poder del veneno, como el del remedio. Y los insultos y la violencia de, por ejemplo, Twitter, operan de esa forma.
Alguien va diciendo algo que va un poquito más allá de lo que dijo otro, y hay gente que se ve muy afectada por esta violencia y en muchos casos también dejan esas redes. Pero también hay muchas personas que lo aceptan y se ríen y se vuelven “inmunes” a lo que quizá unos meses o años atrás consideraban indecible. Y ya no sólo se vuelve decible, se vuelve parte del léxico digital.