Las dueñas de la calle

Miles de mujeres se movilizaron hace poco más de un mes para decir “Ni una menos. Vivas nos queremos”. Pero ellas no fueron las únicas, también estuvieron ellos. Hoy, un varón recuerda ese día.

 

Por Mariano Barragán

COMUNICAR IGUALDAD- Seis de la tarde y el Microcentro explota de gente. La rutina se palpa en todos. Saco, corbata y maletín deambulan por la calle dibujando el paso del capitalismo más crudo. Ahí van ellos, abogados, contadores, bancarios, agentes de bolsa. Ahí van, solitarios, inmersos en su mundo de números, ganancias y balances económicos. Así es el Microcentro, así es la rutina.

¿Por qué cambiaría hoy? ¿Qué tiene hoy que no tuvo ayer y que no tendrá mañana? El Obelisco está igual, el McDonald’s de la esquina está igual, el cartel luminoso de Coca-Cola está igual. ¿Por qué hoy la rutina del Microcentro debería cambiar? Las calles no están cortadas, el tránsito avanza lento como cualquier día de la semana, el policía de la esquina charla con el pizzero como lo hace siempre. A su lado, el arbolito que ofrece dólares también lo hace como siempre. ¿Por qué hoy debería cambiar?

La realidad está en las cuentas de Lázaro Báez, en el rodete de Fariña, en la financiera de Elaskar, en la vuelta de Tinelli, en el nuevo Gran Hermano. ¿O acaso la realidad no es la que aparece en la tele o la que me cuenta Jorge Lanata?

Así voy yo, dando pequeños pasos entre la masa inmodificable del Microcentro. Así voy yo, en busca de la otra realidad. Una realidad mucho más cruda, que me interpela, moviliza y que me saca de la rutina. Así voy yo en contra de la marea, luchando contra esa mirada hegemónica, soñando quizás que les ganaré a quienes me venden una realidad irreal.

Por suerte no soy el único que lucha. No estoy solo. Están ellas, que son muchas, muchísimas. Y también están ellos, que son menos, pero que son como yo. Que luchamos interponiéndonos a nosotros mismos, combatiendo contra nosotros mismos, contra una sociedad, una cultura, una educación que nos obliga a ser machos, que nos obliga a ponernos un buzo celeste y jugar con ametralladoras o con una pelota de fútbol. Que nos obliga a considerar que ella es “mi” mujer, “mi” señora. Que ella es mía.

A sólo cuatro cuadras del Obelisco mi Microcentro cambió. El Microcentro de todos cambió, aunque no todos lo quieran cambiar. Ellas nos encabezan, ellas cortan el tránsito y avanzan. Ellas son las dueñas de la calle. Y ahí me sumo yo. Al lado de ellas, que con peluca fucsia marchan, hermanadas, juntas como siempre, buscando derrocar la mirada hegemónica. Gritándoles a todos que quieren vivir, que quieren respeto, que quieren dejar de ser “mías”.

La columna se vuelve un abrazo gigante. Nadie te pregunta de dónde venís, cómo te llamás o cuántos años tenés. Eso no importa. El abrazo es unificador. Unifica ideas, posturas, miradas, géneros, identidades. Unifica luchas, unifica gritos en una sola frase: “Ni una menos”.

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